domingo, 16 de septiembre de 2007

Un día en la vida de un Calibrador de Rutas

CRóNICA.

Ante el imperante frio capitalino que azotaba la ciudad, Álvaro despertó, faltaban horas antes de que el primer cliente tocara la reja de la cigarrería por un tinto mañanero. Volvió a acostarse, esperando el amanecer y el nuevo día de intenso trabajo. Un par de horas después Álvaro comenzó su rutina, tras abrir la cigarrería y despedirse de su esposa, partió hacia la 122 con 15 donde trabaja todas las mañanas desde hace un mes como despachador.
Elvin despierta con el ruido de las sirenas de una patrulla, se voltea e ignora el incierto destino del personaje que acaba de recoger. Son las 5 de la mañana y el barrio Egipto se sume todavía en las sombras de los cerros orientales. Se levanta por fin después de negar toda clase de impulsos de su cuerpo por ir al baño, baja la escalera de su cuarto de 4000 mil pesos la noche e ingresa en la letrina, es hora de trabajar. Un par de horas después ya en la 45 con séptima empieza su rutina.
Álvaro espera, paciente que pase su primera ruta, son cuatro en total y le esperan 6 horas de trabajo, hace parte de los 4 despachadores de su empresa que se encargan de controlar buses, conductores y destinos. Mira fijamente los cientos de rostros que pasan ante sí, pero solo se dedica a reconocer sus buses en total silencio, solo en aquellos momentos en que la tanda ha pasado se da el lujo de tomar una pequeña siesta en su carro, después de un menú colombo francés que le calma el hambre.
Elvin, corre de un lado de la séptima para otro, para él es más que un trabajo, es un juego de niños en el que si gana recibe algo para sobrevivir. Se enfrenta a las maquinas que lo sobrepasan a varios kilómetros por hora, mira fijamente al conductor y este disminuye la velocidad, se monta con la maquina en movimiento, da la valiosa información que posee y se baja, salta hacia adelante para evitar un twingo rojo e inicia una carrera hacia el paradero de bus, solo para empezar la faena otra vez unos segundos después, tras depositar el tiempo y velocidad de su ultimo cliente en la arrugada planilla que saca de su bolsillo. Mira fijamente los cientos de rostros que pasan ante si, pero solo se dedica a calcular la velocidad y el tiempo de las maquinas que los transporta. Cientos de buses y 12 horas después, Elvin se encuentra sentado frente a un primitivo computador presionando las teclas rápidamente y digitando documentos en una hacinada oficina en el centro.
Esa misma noche después de trabajar detrás de la caja de su cigarrería, Álvaro se acuesta a dormir después de oír los rítmicos rezos de los feligreses del 20 del Julio.
Esa misma noche después de terminar su turno frente al computador y recibir su paga, Elvin retorna a su habitación de 4000 pesos la noche y duerme con el ruido de las patrullas recorriendo el barrio.

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